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El cálculo y las matemáticas. ¿El fin de un modelo?
Las matemáticas cosechan los peores resultados escolares, obtienen los rendimientos más bajos en las evaluaciones internacionales, acumulan las mayores actitudes negativas hacia el aprendizaje. El método de cálculo tradicional, usado de forma generalizada, consigue tres efectos difíciles de igualar: no enseña a calcular (a menos que lo haga con papel y lápiz), no enseña a hacer problemas y sí enseña a odiar esa materia. Muchos jóvenes eligen ciertas clases de estudios no porque les gusten o porque se sientan especialmente atraídos, sino por huir de las matemáticas y para no tener que seguir enfrentándose a una permanente fuente de frustración. Tenemos una sociedad con un gran analfabetismo funcional matemático, y, al mismo tiempo, necesitada de personal técnico altamente cualificado. Tenemos sobrecargadas las carreras universitarias de contenido social, y con escasos alumnos las que exigen conocimientos técnicos. El problema, el grave problema, es que una sociedad sólo puede salir adelante con técnicos y científicos. Con muchos literatos seremos más felices, y con muchos abogados podremos defender mejor que nadie nuestros derechos. Pero con lo anterior no se progresa, no se avanza. Quedamos tecnológicamente subordinados a otras naciones y pasamos a ser de segunda categoría.La forma de trabajar el cálculo en la escuela está cada vez más contestada, más en crisis. Es que no se enseña a calcular, sino a hacer cuentas. No se desarrollan las destrezas innatas de cálculo con las que venimos al mundo los seres humanos, sino que solo se aprenden instrucciones de memoria para hacer cuentas. Los formatos que presentan las operaciones básicas son altamente inadecuados para el desarrollo de la más mínima competencia matemática, puesto que para lo único que sirven es para engordar la memoria de significantes. Exigen un modo de operar sin flexibilidad, sin control de los cálculos intermedios, con desprecio del sentido del número. Para hacer cuentas sólo se requiere buena memoria. No hay que pensar ni reflexionar, no hay que deducir ni extrapolar. Sólo hay que repetir y repetir, sea el alumno más o menos hábil o posea mayor o menor inteligencia. Hacer cuentas es repasar una y otra vez la tabla, hasta la nausea. La metodología actual del cálculo contamina todos los restantes procesos y los echa a perder.
¿Y para qué? Una calculadora suma dos números de cinco cifras un millón de veces más rápido que cualquier ser humano. Y con una exactitud absoluta, condición esta que no garantiza nuestro cerebro. Por ello, el trabajo de cálculo en las empresas y en la sociedad entre las máquinas (ordenadores, calculadoras, etc.,) y las personas se ha repartido de una forma totalmente diferente a la que existía hace cincuenta o sesenta años. Por ello, las cuentas han quedado irremediablemente obsoletas: no sirven para nada. Se emplean horas y horas en que los niños aprendan a hacer los cálculos de una manera que nunca van a emplear, mientras que el procedimiento que van a usar habitualmente a lo largo de la vida no se trabaja. ¿Alguien piensa de verdad que dentro de 20 ó 30 años los futuros adultos van a necesitar realizar cálculos de la forma en que los aprenden ahora en el colegio? ¡Si ya no lo hacemos los actuales adultos!
Entonces, ¿abandonamos el cálculo, las cuentas? No. Pero hay que cambiar por completo la orientación. Hay que acceder a un nuevo paradigma. Lo iremos presentando en sucesivos posts.
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